OPINION

TONALTPEPETL 21/12/20

Gustavo L. Solórzano

 

Él tenía una camioneta International de modelo antiguo a nuestra fecha, en ella nos paseaba algunas tardes haciendo recorridos por las viejas calles de Colima. La alegría propia de la libertad y sin preocupaciones, era manifiesta en esos paseos. Escuchar anécdotas que para nosotros eran verdaderas odiseas, recreaba en nuestra mente, la magia y la fantasía de ser los super héroes de nuestra propia historia. Eran otros tiempos, podíamos jugar en el jardín hasta las diez u once de la noche sin mayor preocupación que el regaño de nuestros padres por andar a deshoras de la noche en la calle.

En una ocasión, fuimos invitados a su casa, pues había traído dos pequeños cocodrilos de unos treinta centímetros de longitud. Fue emocionante sentir la rugosa piel de los saurios en nuestras manos, incluso nos atrevimos a recibir pequeñas mordeduras que no causaban daño. Imagínese, quizás tendríamos alrededor de los ocho años y tener un cocodrilo en nuestras manos era como tener el océano entero. Empezando por sus hijas e hijo y después por los amigos, conocidos y desconocidos, recibimos de él la valiosa enseñanza de la natación. En esa época la palabra papá o mamá, tenía un significado sagrado en los hechos, en ocasiones hasta a nuestras maestras les decíamos mamá, por sana equivocación, los buenos docentes de entonces se ganaban a pulso ese calificativo.

Nos tocó conocer los últimos detalles en la construcción de su casa, un destacado profesionista en Colima, le diseñó una bóveda para que el río, pudiera correr libremente bajo su techo y sin afectar la propiedad. Abajo, en el sótano, al fondo de la construcción estaba en el piso una especie de puerta por donde podíamos meter la mano y tocar el agua corriente, libre, natural en pleno centro de la ciudad.

Coincidimos muchas veces en Cuyutlán, platicamos, de cuando en vez me visitaba en el espacio laboral que yo atendía por la calle Morelos y disfrutábamos de buenos momentos, pequeñas charlas plenas de experiencia, sabiduría que solo dan los años vividos sirviendo a los demás como el lo hizo.

 

Un día Dios puso a prueba su espíritu de servicio, mientras braceaba atrás de donde se forman las olas, sintió un agudo dolor que se clavó en su carne. En cuestión de segundos mil ideas pasaron por su mente, el dolor que desgarraba su piel lo trajo a la realidad, salvar su vida era la prioridad. Un enorme escualo lo atacó y después de morderlo atoró sus dientes en el hueco natural que se forma entre los huesos radio y cúbito. “Le di de golpes en el morro, los momentos se me hicieron eternos hasta que por fin pude zafarme”. Escurriendo sangre logró salir a la arena para poder recibir ayuda.

Espacio, letras o palabras faltan para describir la vida de un héroe silencioso que supo ser un hombre de su tiempo.

 

Hace unos días, por medio de las redes sociales me enteré que había decidido marcharse, la ola verde le llamaba constantemente para el ultimo reencuentro o tal vez para unirse a ella y desde ahí seguir cuidando a los bañistas. Don Víctor fue un duro combatiente, humano como todos, sí, pero voluntario como pocos.

Desde estas líneas envío mi afecto y acompañamiento sincero a Doña Meche, Martha, Lourdes, Roxana, Tere, Gaby, Meche y a Víctor por la ausencia física de Don Víctor Vázquez Santoyo. Gracias Don Víctor, su misión está cumplida. Es cuanto.