¡BASTA!
Tengo casi 43 años viviendo en esta hermosa ciudad y nunca había pasado por un episodio tan de miedo como el que me sucedió el 23 de febrero de 2023. Quizá suene exagerada o para alguien parezca cosa cotidiana, de rutina, pero para mi no.
Los tiempos de aquel Colima donde nada pasaba o pasaba todo y nos hacíamos de la vista gorda, ya han terminado, ahora todo está expuesto y a la vista de todas las personas, como estuve yo aquel jueves por la tarde cuando iba de prisa camino a mi trabajo.
Generalmente tengo la fortuna de trasladarme en auto a la mayoría de lugares a los que voy, pero a últimas fechas por situaciones con horarios laborales entre mi pareja y yo, algunas veces prefiero caminar a la oficina, que no está lejos de casa, y de paso aprovecho para, por lo menos dar una caminata como ejercicio. Esa tarde dudé en irme caminando, pero lo preferí a estar casi dos horas antes donde debía. Eran pasadas las 4:30 de la tarde de ese jueves 23 de febrero, casi el cumpleaños de mi mamá, e iba pensando en la sorpresa que se llevaría el sábado en Quesería al ver a su familia reunida para festejarla. Caminaba por la Av. Maclovio Herrera rumbo al centro de la ciudad, iba a paso apresurado ya que a las 5:00 tenía asuntos por atender.
Cuando camino disfruto de mirar con más detenimiento el paisaje y descubro detalles que al trasladarme en auto no alcanzo a notar. Antes de llegar a la tienda bodeguita Aurrera, por la misma avenida, alcanzaba a ver entre los cristales de una casa, el reflejo de los autos que circulaban en mi misma dirección, entre ellos, una camioneta de la guardia nacional, que me pareció se paró y me estuvo observando, pero seguí mi paso de prisa para llegar a tiempo al checador y no me descontaran el día.
En el cruce de las calles Balvino Dávalos y Maclovio Herrera, sorpresivamente los ocupantes de una camioneta de la guardia nacional, que asumo era la misma que había notado en los cristales de la casa de atrás, empezaron a gritarme que me detuviera porque me iban a hacer una revisión, así que también detuvieron el tráfico y entre gritos y manoteos empezaron a pedirme que colaborara con la revisión , bajaron la puerta de la caja de su camioneta, la golpearon y al tiempo me pidieron que pusiera mi bolso ahí y sacara todo para revisarme. Eran 3 hombres y una mujer uniformados, armados, con casco y cubiertos de la nariz hacia abajo con una tela negra o no se como le llamen a esa parte de su uniforme.
Yo, además de asustada y sorprendida a media calle, veía como desviaban los autos y como las personas de un restaurante y un taller cercanos, dejaban de hacer sus cosas por observar el numerito del que yo era protagonista. No comprendía lo que sucedía, entre gritos, miradas acusadoras, manoteos e intimidaciones con sus armas, me indicaban hacia donde moverme y dónde colocar mis pertenencias para la revisión. Repetidas e insistentes veces, uno de los “oficiales” me gritaba -¿estás segura que no traes algo que te comprometa?- a lo que yo respondía -¿qué me comprometa a qué o con quién?- y él contestaba a gritos, como si yo estuviera sorda o parada en la calle de enfrente, -¡te voy a revisar tu bolso y hazte para allá!-, señalando hacia una de las banquetas de la calle, -mi compañera es mujer y ella te va revisar a ti- yo, parada junto a la puerta de la caja de la camioneta, con mi bolso abierto, insistía -¿pero por qué me vas a revisar, por qué me estás deteniendo?, ellos sólo tomaron mi bolso y se lo llevaron hacia la parte de delante de la camioneta, yo me fui siguiéndoles para cerciorarme que todo fuera bien con mis cosas, pero uno de los elementos me paró con su arma por delante y me gritó, -¡qué te hagas para allá, te dije!, mi compañera te va revisar, ella es mujer- ella, la compañera mujer, sólo me miraba, pero seguí acercándome a mi bolso que ya lo tenían todo revuelto.
Los oficiales me seguían gritando y preguntando si estaba segura de no traer algo que me comprometiera, y yo insistía en mi contestación -¿qué me comprometa a qué o con quién?-. Ese día, yo había sacado un préstamo para mi papá, por lo que llevaba $6,800 en mi bolso, y eso fue suficiente para que me acusaran de “andar cobrando” y me dijeron, -¿por qué traes tanto dinero?- les expliqué el motivo, a lo que respondieron a gritos -¡ah! andas cobrando- y yo más asustada y estresada pregunté -¿cobrando qué? ya les expliqué la razón de ese dinero y por favor ya paren con esto que yo debo ir a trabajar y no se por qué me están deteniendo ni esculcando mis cosas- y uno de los elementos contestó –es que ya aprendimos a desconfiar de las mujeres- a lo que le respondí –eso es asunto suyo, no mío, o ¿me detuvo por ser mujer?- su respuesta fue –colabora y cálmate porque aquí estamos para prevenir delitos y tu tienes una actitud sospechosa, sola te haces la sospechosa- ¿sospechosa? ¿ sospechosa de qué?, no soy yo a quien deben estar revisando- respondí, al mismo tiempo que ya veía mi cara pegada en las paredes, jardines y mantas de personas desaparecidas, pensando que no volvería a casa, ni a ver a mis hijos ni a mi familia. Yo volteaba a ver a las personas que estaban de espectadoras, buscando entre ellas encontrar alguna mirada de empatía o confianza, de ayuda, pero no la encontré, y lo pude entender. Nunca me había sentido tan sola y desprotegida.
El tiempo pasaba y estas personas no dejaban de revisar mi bolso, en donde además de mi cartera, cargo chucherías como maquillaje, dulces, chicles, pastillas para migraña, plumas, mi celular, cargador, audífonos entre otros triques. Todo el tiempo las miradas intimidantes de estos servidores públicos estuvieron sobre mi, como buscando algún movimiento o actitud que me delatara de eso que tanto buscaban que me comprometiera y que hasta hoy, no se qué pudo haber sido.
Me preguntaron a qué me dedicaba, les contesté que trabajaba en un museo, y preguntaron de nuevo -¿a qué te dedicas?-, -soy comunicóloga y usted está faltando a mis derechos humanos, y como servidor público no tiene por qué gritarme ni maltratarme- respondí. Me pidieron que les mostrara mi credencial que me acreditaba como tal y les dije que no traía, sólo las identificaciones de mi trabajo y entonces dijeron en un tono despectivo –si no traes credencial de comunicóloga no eres comunicóloga-. Mi susto, desesperación, ganas de correr, gritar y llorar iban en aumento y temía no poder controlarme, tener un ataque de pánico y entonces sí, me dieran un levantón a plena luz del día, ante la mirada de pasivos espectadores.
La revisión de mi bolso continuó, sacaron todo, contaron mi dinero, esculcaron y revisaron cada una de las tarjetas de mi cartera, bueno, hasta mi celular que traía descargado lo pusieron a cargar y revisaron mis mensajes y conversaciones, preguntándome de nuevo -¿estás segura que no traes algo que te comprometa? estoy seguro que si busco encuentro algo en este celular, hasta un amante- sólo pude responder –no se qué busca ni que quiere encontrar, pero yo ya debo estar en mi trabajo, si no checo a las 5 de la tarde, me van a descontar el día y usted no me lo va pagar-
El elemento, según cumpliendo su trabajo, escuchó los audios de mi teléfono, leyó mis mensajes, revisó mis aplicaciones y seguramente no encontró lo que buscaba, porque me entregó el celular, mi bolso con todo volteado adentro y me siguió gritando –toma tus cosas y ya vete, pero antes revisa y cuenta tu dinero porque no quiero que digas que la guardia nacional te robó- a lo que contesté, mientras rápidamente tomaba mis cosas – no se preocupe, yo sí confío- y empecé a guardar lo que estaba en el asiento de la camioneta y ya para irme me gritó de nuevo –¡te dije que cuentes tu dinero, no quiero que andes diciendo que la guardia nacional te robó!- simplemente pasé los billetes de una mano a otra, fingiendo que contaba, pero como carajos puedo contar o hacer algo con tremendo susto, tanto grito, intimidaciones y falsas acusaciones. Sólo pensaba en salir corriendo antes que cambiaran de opinión y que hasta la compañera mujer me hiciera la tal revisión.
Sobra decir que salí huyendo del lugar, llena de miedo, con el llanto reprimido y corriendo porque ya iba tarde a checar.
Hasta hoy tuve la calma y serenidad para escribir este horrible episodio que me robó la tranquilidad de caminar por la calle, que me llenó de miedo y me hizo sentirme desprotegida en manos de quienes deberían proteger a la ciudadanía. Recordar ese momento aún hace que me den ganas de llorar y se me erice la piel.
Ya con más calma y más tarde, al revisar y ordenar mi bolso, me di cuenta que mis perlas de boldo estaban todas regadas, mis cosméticos destapados y me faltaba dinero.
Desconozco la estrategia que el equipo de seguridad de la ciudad de Saltadilla y sus chicas súper poderosas tengan para combatir a la delincuencia, pero el que sea, hasta el momento creo no ha dado resultados, o al menos no los esperados por la ciudadanía, aunque la mandataria estatal tenga y comunique otros datos. Tampoco sé bajo qué criterios se rijan los elementos policiacos, de la marina o guardia nacional, ni qué tanta autoridad tengan para detener, amedrentar, esculcar, acusar y señalar de sospechoso o sospechosa a cualquiera que se encuentren en la calle.
Seguramente no soy la única persona que ha pasado por una situación así, y sin temor a equivocarme, podría asegurar que no seré la última. De verdad deseo que esto pare, ¡ya basta! Colima ya tiene suficiente.
No quiero sentir de nuevo ese miedo, no quiero ni siquiera imaginar que no regresaré a casa, que no veré ni abrazaré a mis hijos, que mi familia no me verá más.
Tengo miedo de compartir esto, pero ¡ya basta!