MUNICIPIOS

FALLECIÓ DON RAMÓN GONZÁLEZ, EL ÚLTIMO BOTICARIO EN EL PUERTO DE MANZANILLO

Clientes preferían fórmulas que preparaba, a las medicinas de patente; en 1955 fundó la legendaria Farmacia América en el corazón de la ciudad

El icónico boticario de Manzanillo Don Ramón González Escareño, hace unos días falleció a los 89 años de edad, en medio del reconocimiento y cariño de todos los porteños que lo trataron, conocieron y recibieron algún medicamento de los que él personalmente elaboraba en su laboratorio en la parte alta al fondo de su Farmacia América, en la calle México en el corazón de la ciudad.

Don Ramón practicó este oficio por más de 70 años, ya que inició a los 17 años de edad.

Nació en la ciudad de Colima el 8 de enero de 1933, hijo de Don Severiano González Padilla y Doña María Guadalupe Escareño Méndez, en un hogar humilde, donde no hubo oportunidad para cursar estudios avanzados. Quizá, si hubiera podido, hubiera escogido la carrera de la medicina, o quizá no, pues fue hasta su adolescencia que encontró esta vocación. Solo pudo estudiar hasta la secundaria y ninguno de sus hermanos llegó más lejos.

Esta carencia de preparación académica no sería un obstáculo en su futuro de Don Ramón, pues estaba dispuesto a aprender un oficio redituable y ejercerlo con calidad y eficiencia, como su padre que era sastre. De esta manera mantenía a su familia honradamente, mientras les inculcaba el deseo de salir adelante en la vida. El matrimonio González Escareño tuvo cinco hijos: Tres hombres y dos mujeres. Una familia humilde, pero con principios y valores bien inculcados.

En 1950, siendo un adolescente, Don Ramón llegó a nuestro puerto, acompañando a su hermano Alfonso, quien había logrado aprender el oficio de farmacéutico e iba a trabajar en una droguería en Manzanillo; él iba a ser su ayudante y discípulo. Venía con todas las ganas de aprender y eso le sirvió mucho a la postre. Ese local comercial era de las señoritas Espinoza y se llamaba Farmacia Mexicana, el cual era uno de los más aclientados y reconocidos en aquellos tiempos.

Alfonso y Ramón González aprendieron en aquella botica a preparar toda clase de medicamentos, lo mismo que a poner inyecciones, todo eso le serviría grandemente a Ramoncito en un futuro, para ganarse la vida y alcanzar prestigio en su profesión.

Cinco años estuvo Don Ramón capacitándose, observando todo con ojos muy abiertos, atentos, buscando aprender al dedillo esta difícil profesión. Tanta aplicación tuvo buenos resultados, pues aprendió a la perfección, incluso superando a otros que tenían años dedicándose al oficio de preparar medicamentos y ganándose un lugar entre los que ya tenían toda una vida en este difícil oficio.

En 1955 ya contaba con los conocimientos necesarios y viendo que además tenía el capital suficiente para empezar a trabajar por su cuenta, rompió el cochinito de sus ahorros y logró hacer su sueño realidad, su propia farmacia.

En noviembre de aquel año fue cuando por fin abrió sus puertas la hoy legendaria Farmacia América, poco a poco fue conquistando una clientela que le fue siempre fiel y ya sintiéndose estable en todos los sentidos, decidió formar una familia, pues había alcanzado una economía estable que le permitía pensar en establecerse en Manzanillo de manera definitiva.

Fue el 23 de noviembre de 1963 cuando llegó al altar del brazo de Doña Rosa María García Murillo, originaria de Los Mochis, Sinaloa, con quien tuvo tres hijos: Juan Carlos, José Ramón y Rosa María. Ella siempre le ayudó en la atención en mostrador en la farmacia, que es el negocio familiar, del cual la familia González García se siente muy orgulloso.

Al momento de su muerte, era el único boticario de la vieja generación porteña de boticarios, aquellos que como antiguos alquimistas medievales elaboraban sus pócimas y fórmulas salutíferas en los laboratorios de sus farmacias, utilizando ingredientes que para la gran mayoría de los mortales son sustancias secretas y misteriosas y se caracterizaba por ser tan preciso en la elaboración de sus medicinas y pomadas, que muchos porteños las preferían a las medicinas de patente.

También era sabido de todos su buen corazón, pues muchas veces dio precios especiales a personas con mucha necesidad, por debajo del costo real del medicamento, e incluso a veces ni siquiera hacía el cobro, razón por la que la gente le tenía mucho cariño. Aquella frase que aplicara a sí mismo Paco Morales para referirse a su popularidad: “Quién no me conoce, no es de Manzanillo”, puede aplicarse a la perfección también para Don Ramón, Ramoncito el de la farmacia. Era buscado no sólo por los porteños, sino incluso por los visitantes norteamericanos y canadienses, a quienes se les atendía en inglés.

Los farmacéuticos de aquella generación dorada, en su gran mayoría no tuvieron una gran preparación, fueron guiados a la obtención de sus conocimientos por los antiguos maestros en el oficio, que les sirvieron de mentores en su antiguo oficio, que podríamos decir que es un arte.

Aunque su negocio comercial expendía, como es natural, medicamentos de patente hechos en los grandes laboratorios, él no dejó nunca de hacer sus medicinas, como siempre, muchas de las cuales, dicen quienes las probaron en su cuerpo y salud, llegando a ser mejores a las más modernas y comerciales.

Una vez que Don Ramón González Escareño encontró la vocación de su vida, jamás se dedicó a otra cosa. La profesión que practicó, de la cual fue un ícono en Manzanillo, hoy con su desaparición, está en peligro de extinción