FESTIVALES EN COLIMA
Columna: Rubén Pérez Anguiano
La proliferación de festivales ocurre en un momento histórico de Colima donde los homicidios nos llevaron a los primeros lugares nacionales e incluso mundiales, algo que hubiéramos considerado imposible hace algunos años.
De hecho, es común que apenas se difunden los pormenores de una jornada violenta ―muchos homicidios en un solo día, por ejemplo― cuando la respuesta de las autoridades será anunciar algún nuevo festival o colocar un tema incluso más frívolo en la opinión pública.
Sospecho que son como un tapabocas, como una forma de decir que se trabaja aunque no se atienda lo importante.
Podría ser simpático, incluso anecdótico, hablar de la ligereza y la frivolidad en las decisiones gubernamentales (estatales y municipales), pero lo cierto es que la circunstancia en la que esos festivales se presentan parece macabra: están sucediéndose sobre la sangre y el dolor de muchas familias colimenses.
Pero no es sólo la autoridad: la propia sociedad colimense abarrota esos festivales, como una forma de negar lo que está ocurriendo a pocas calles de distancia, a pocos minutos de la música, las copas o las alegrías.
Es como negáramos la realidad o quisiéramos decirle al mundo que en Colima no son las muertes y la violencia lo importante, sino otra cosa. En tales propósitos podría estar de acuerdo, pero no se niega la realidad escondiendo la cabeza o pintándola de colores.