MUNICIPIOS

MI HISTORIA COMO GUARDAVIDAS MUNICIPAL EN PUERTO DE MANZANILLO (ENTRE EL 2020 Y 2021)

Tuve el honor de servir como guardavidas municipal en mi hermoso Puerto de Manzanillo durante los años 2020 y 2021, una etapa que marcó un antes y un después en mi vida. Estuve rodeado de grandes compañeros, pero lo más significativo fue hacerlo junto a mis hermanos del océano, Kike García y Cristian Quiroz, con quienes compartí no solo el trabajo, sino también la pasión y el compromiso por proteger a los bañistas.

El mar de Manzanillo tiene una belleza inigualable, pero también un poder inmenso que siempre nos recordaba lo crucial que era estar preparados para lo inesperado. Las olas, las corrientes, las temperaturas cambiantes… todo podía volverse peligroso en segundos. Afortunadamente, en este tiempo aprendí a mantener la calma y confiar en el entrenamiento y el equipo con el que contábamos. Kike, Cristian y yo formábamos un equipo imparable; nuestra comunicación y sincronización eran clave, tanto en momentos tranquilos como cuando la situación se ponía difícil.

A lo largo de esos dos años, conocí a un sinfín de personas. Muchos turistas llegaban atraídos por la belleza del puerto, y con ellos venían las historias, las sonrisas y también los peligros invisibles del océano. Durante mi tiempo en la playa, tuve la fortuna de salvar y rescatar muchas vidas, pero cada rescate me recordaba lo delicada que es la vida humana, y lo vital que es nuestra labor como guardavidas.

Uno de los rescates más memorables ocurrió un día de viento fuerte y olas grandes. Una familia estaba disfrutando de un día de playa, pero sin percatarse de lo peligrosas que podían ser las corrientes. En un abrir y cerrar de ojos, uno de los niños fue arrastrado por las olas. Al verlo, no dudé ni un segundo, me lancé al agua mientras mis hermanos se encargaban de coordinar la operación desde la orilla. La corriente era fuerte, pero con cada brazada me acercaba más a ese niño, quien ya estaba cansado de luchar contra el mar. Afortunadamente, lo logré rescatar y, junto con el apoyo de mis compañeros, lo llevamos a la seguridad de la orilla.

Cada rescate, cada momento de peligro, me dejó una lección de humildad y responsabilidad. No se trataba solo de salvar vidas, sino de estar siempre alerta, de ser una presencia constante y confiable para todos aquellos que confiaban en nosotros. El océano nunca es predecible, y eso era algo que aprendí de mis hermanos de trabajo, Kike y Cristian. Ellos me enseñaron a respetar el mar, a leer sus señales y a estar siempre listos para actuar en cualquier momento.

Lo más gratificante de todo esto, además de las vidas salvadas, era el reconocimiento de las personas. Recuerdo las caras de alivio y agradecimiento de los bañistas cuando todo salía bien. Ellos no siempre sabían lo que ocurría tras bambalinas, pero el trabajo en equipo y la dedicación eran lo que hacía posible cada rescate.

Manzanillo es un lugar lleno de historia, cultura y tradiciones. Trabajar allí, junto a mi gente y mis hermanos del océano, fue un privilegio que nunca olvidaré. Me hizo sentir profundamente conectado con la naturaleza y con la comunidad local, y me enseñó que, aunque el mar puede ser imponente, juntos podemos enfrentarlo y salir victoriosos.