OPINION

TONALTEPETL – 11 DE AGOSTO 2024

Gustavo L. Solórzano

Era una tarde de película, Julio Solano, pasó a mi casa y me invitó para ir al cine Diana, el de lujo en aquel entonces. Sería muy presuntuoso de mi parte recordar que proyectaron aquella tarde-noche, lo que si puedo compartirles es que eran dos películas por el mismo precio y los domingos de matiné, hasta tres películas a partir de las 10 de la mañana, si mal no recuerdo. Julio es hijo de Don Julio el “Chorreado”, nunca supe por que le apodaban así, pero en nuestra época de niños, era muy común que los adultos tuvieran apodo. Don Julio y su esposa, atendían una fonda frente a la antigua central camionera, en pleno centro, a un lado de ellos, la familia Gámez, despachaba en otra fonda similar. El “Manos puercas”, Don Chuy “La Pepena”, “Juan Burras”, “El Abuelo”, “EL Chavetas”, “El Príncipe”, “María la de las palapas”, “Manitas Limpias”, etc.

Naturalmente muchos apodos más que no recuerdo, todos oriundos de Colima, el de ayer, el que se fue para no volver. Las tardes en nuestra ciudad eran de convivencia familiar, en muchos hogares, un equipal o una silla, servían para sostener una amena charla, plena de anécdotas y recuerdos familiares. Cuando llegaba la noche, la gente se “recogía”, era tarde y el día siguiente reclamaría tiempo, atención y esfuerzo. Los juegos propios de nuestra edad y fortaleza, a veces nos agotaban y caíamos rendidos a eso de las diez de la noche. Hoy la “fiesta inicia alrededor de las once”, eran otros tiempos, la gente se cuidaba y si no había que hacer en la calle, en el hogar sí, siempre teníamos una tarea por atender.

Bañado y cambiado, por indicación de mi madre; me reuní con Julio para asistir al cine, las películas eran de acción, de eso estoy seguro. Todo en Colima era cerca, nosotros vivíamos en el corazón de la ciudad, bueno, dice Don Pizano el de los planos allá por la V. Carranza, que el corazón citadino está geográficamente en la esquina de catedral, contra esquina del que fue el hotel Ceballos y que hoy tiene otro nombre.

Ya en el cine, con el dinero que sobró me invité un sándwich, de esos que elaboraban con pan blanco, y que se pegaban en el paladar. De niño comía uno hasta piedras y sabían buenas, es un decir, otros comían monedas y hasta botones, nada pasaba más allá de un dolor estomacal.

Recordé que en otra ocasión fui al mismo cine con mi hermana Adriana y otras vecinas del barrio, chiquillos todos. Entonces, por la calle Hidalgo había un negocio de venta de estambres, casi para llegar al banco de México.  mismo que era atendido por Sarita, una venerable señora que vestía muy elegante y encopetada. Regreso al cine, apenas habían apagado las luces cuando entre la penumbra, pude ver que tres personas de edad avanzada venían caminando con cierta dificultad, abriéndose paso entre los usuarios de esa tarde. Después de nuestros asientos había tres vacíos, justo para ellas tres, estará de acuerdo conmigo leyente, que además de penoso, es un poco difícil pasar entre el respaldo delantero y quien se encuentra sentado.

Bueno, cuando menos pensé sentí sobre mí la humanidad de Sarita, quien emocionada dejó caer su cuerpo sobre el mío con la tranquilidad de quien llegó a su destino. Yo también me reí casi a punto de orinarme.

Julio y yo salimos del cine, tarde y con hambre, pero sin mucho efectivo, por esas fechas era casi obligado visitar a Don Ángel Quintero, quien tenía su carretón de tacos mega deliciosos en la esquina norte del cine, justo por donde estaba la salida de emergencia. Amablemente, Julio se ofreció a invitarme y yo feliz, dos tacos y dos aguas de deliciosa cebada para cada uno.  Mientras Don ángel nos atendía, platicamos sobre lo vivido dentro del cine, y yo, emulando la acción le hice un ademan como si fuera a golpearlo. Él calculó mal su movimiento y fue a dar hasta el suelo, no sin antes llevarse de corbata la gran olla llenita de agua.

Adiós tacos, agua y tranquilidad, con el miedo reflejado en nuestros rostros, Julio, tartamudeando por la impresión, le dijo a Don Ángel, “discúlpeme, voy a mi casa y regreso para pagarle”, el afectado respondió, “Ya te conozco, eres hijo del Chorreado, ve, aquí que se quede el güero”.  Me arrugué con la sentencia, la esperaba, después de media hora que me pareció eterna, Don Ángel dijo, “tu amigo no vendrá güero, vete, mañana voy con su papá”, pies para que los quiero si tenía alas, en dos por tres ya estaba acostado. Es cuánto.