OPINION

TONALTEPETL 20/11/2024

Gustavo L. Solórzano

Mi Colima y sus diversiones.

Los cines, Tropical, Reforma, (Avenida Manuel Álvarez) Juárez, Colima y Diana, eran lo que brindaban diversión a grandes y chicos de mi época. Tiempo antes, Bahía setenta, (Bar) el Yellow Submarine, de la iguana, el hormiguero y la disco Horus, habrían servido de esparcimiento para la muchachada con sus bailongos. El Diana, en la esquina de Gildardo Gómez con 5 de mayo, fue por muchos años el cine de lujo, amplio, cómodo y ligeramente mas caro que los demás. Las dulcerías, no estaban al alcance de todos, o al menos no todos los productos. Los emparedados con pan blanco de la marca que usted conoce, esos que se pegaban al paladar, las pasas forradas con chocolate, los huevitos de dulce con almendra y chocolate por dentro, eran una tentación. Años más tarde llegaron el Princesa, el Micro 14, cinemas del rey (Ave. Rey Coliman) y el Jorge Sthal en Ave. De los maestros, pegado al rio.

El cine Juárez (Guerrero y Silverio Núñez) era un galerón cuyo techo solo cubría la mitad del espacio comercial, y unas desvencijadas butacas servían de asiento. De la mitad hacia adelante, había unas gastadas bancas de madera comunes y corrientes, la broma era que, al entrar, te deban un garrote y una bolsa de papel, para atrapar ratas y ganarte una entrada gratis. En el Colima, (Calle Ocampo) había dos pisos, balcón para el pobrerío y luneta para los que podían pagar más, el riesgo era que los de “arriba”, solían lanzar escupitajos, refresco, palomitas y ocasionalmente algún liquido proveniente de la vejiga, a los de abajo. Gumersindo, Gume, para los amigos, un hombre servicial y comprometido con su trabajo, quedó al parecer, “volando”, cuando se generó el rompimiento entre la compañía operadora de teatro y los trabajadores. Gume iba de un cine a otro, en su triciclo, llevando las bolsas jumbo, transparentes, llenas de palomitas.

 Lo traigo a la memoria porque padecía de alguna pequeña discapacidad y sin embargo, no rajaba. Muchos años deambuló por el centro de nuestra ciudad buscando apoyo económico.  El tropical cerró antes de que lo visitara y en el cine reforma y el micro, les dio por proyectar cine para gente muy adulta y de amplísimo criterio, se llenaba de gente que salía con la mirada perdida, es broma.

El parque Hidalgo, la piedra lisa, llena de figuras de la autoría de mi maestro J. Cruz Hernández Vizcaíno, los jardines Núñez, Gregorio Torres Quintero y Libertad, eran los principalmente visitados, también estaba el de la concordia, hoy Juárez. Las avenidas Javier Mina, Pino Suárez, de los Maestros, San Fernando, Calzada Galván, 20 de noviembre, y Anastasio Brizuela, formaban parte del anillo de circunvalación.

Fuera de ahí, un bosque, pequeñas casas retiradas unas de otras, caminos sin empedrar y tierra, mucha tierra. Mi padre tenía bajo su responsabilidad una cuadrilla de trabajadores y eran responsables del mantenimiento y operación del pozo que abastecía a nuestra ciudad. Pegado al panteón de los gringos, el pozo se encontraba inmerso en un espacio bastante amplio rodeado de vegetación y ahí, además de manifestaciones sobre naturales, podía disfrutarse un concierto de aves y admirar sus plumas multicolores.  La leche caliente de chiva contenta, era un deleite, la tristeza e impotencia de ver como las águilas se llevaban a sus pequeños cabritos, era indescriptible. Pero esa, esa es otra historia.

ABUELITAS:

 Eran las diez de la mañana y el restaurante escogido para celebrar el día internacional del hombre estaba abarrotado. La fila para llegar al acceso se extendía casi media cuadra, y parecía inamovible, el calor matutino empezaba a sentirse y con él, una pequeña sensación de desesperación y un mucho de hambre. La pareja de un hombre que se encontraba unos metros adelante, de pronto se desmayó y empezó a convulsionar. Alguien llamó insistentemente al 911 sin obtener respuesta, “Que novedad” exclamó una señora molesta, mientras la situación se tornaba critica, delicada. “Todos los restaurantes están igual”, dijo un hombre que iba llegando con su familia. Llamaré a la Cruz Roja, pensé, barullo, gritos y un perro que ladraba sin detenerse, mientras una voz se escuchaba ronca e insistente… “Le voy a podar los árboles don”, justo ahí me desperté. Atrasadito, pero de corazón, feliz día del hombre, aunque pasó sin pena y sin gloria. Es cuanto