OPINION

TONALTEPETL – 7 DE AGOSTO 2024

Gustavo L. Solorzano

La infancia que me tocó vivir:

Indios, vaqueros, el Santo, Tarzán, Kalimán, Zovek, y muchos personajes más, fueron parte de nuestra infantil historia. Emocionante sin duda, era conocer las vidas de quienes señalo, todos ellos al servicio del bien y La justicia. Todos los de mi generación se convirtieron en buenos servidores, gente de bien. Con acciones sencillas, poníamos en practica lo aprendido en las revistas o películas de nuestro tiempo. Ayudar a una persona mayor a cruzar la calle, apoyar con los mandados, acomedirnos a cargar un bulto, etc. Eran parte de nuestro quehacer cotidiano.

Cientos de anécdotas conforman mi recorrido, algunas chuscas y otras dolorosas o preocupantes, todas, grandes lecciones. Mis padres, y estoy seguro que los de mis amigos, siempre nos instruyeron para ser personas de bien, respetuosos con nuestros mayores y maestros, en mi caso, “pero nunca se dejen humillar”, sentenciaba mi madre. Con los años, el comercio, la política, las profesiones, y los cambios de domicilio, nos alejaron. Algunos vecinos emigraron a otros estados, los menos fallecieron, y los más, andan regados por la vida.

Recuerdo que una tarde, aun no cumplía los cinco años, cuando al atravesar la calle sin fijarme, me atropello una persona con su bicicleta. Perdí el sentido y cuando volví en mí, mi madre, Don Ramon Moreno y su esposa Livier, me sostenían en brazos mientras me bañaban de alcohol. Mi primera borrachera de tres que he vivido en mi vida. Ese era el tipo de riesgos de hace cincuenta años, una bicicleta, un carro, una persona ebria o esporádicamente, una bajo los efectos de la marihuana. Esos eran nuestros temores en el Colima de 70 mil habitantes.

Don Roberto González y su esposa Nancy, atendían la Óptica de su propiedad por la calle Madero y sobre la misma acera, Don Alfredo Assam estaba siempre al frente del restaurante la Fuente. Vidrios tipo espejo, aire acondicionado y unos helados super deliciosos. Gabriel Morales atendiendo desde entonces, la Farmacia Guadalupana, y Don Miguel Barajas, la librería la Palma, misma que junto con Libros Selectos de la señora Samia Assam, y su esposo el abogado Rafael Trejo, se abarrotaban en septiembre con el regreso a clases. Tuvimos una vida apacible, familiar y amistosa con buenos vecinos.

Recuerdo con agrado a Don Pedro Villarruel, que nos daba unas monedas cuando le apoyábamos en alguna actividad de su negocio, la zapatería Copa de Oro. Y Doña María Salvio con su esposo Don Miguel Ángel Sapién, atendían el restaurante Santa Rosa, de su propiedad, nos recibían para ver la “tele”, mientras convivíamos. La calle Medellín era de doble sentido y empedrada, hasta que le llegó la modernidad, un mal día la empedraron. Solo había una empresa de gas en Colima, y el expendio se encontraba en un espacio frente al jardín Torres Quintero, justamente junto a la farmacia de Gabriel Morales.  En colindancia, sobre la Hidalgo, media cuadra antes del Banco de México, Don Víctor Vázquez Santoyo y Doña Meche, su esposa, apadrinaban por las noches nuestros juegos, cuidando de nuestra integridad, éramos una gran familia.

ABUELITAS:

En mi época de niño, usábamos unas modestas bolsas de hilos de colores para llevar nuestros útiles escolares. Así conocí a Miguel Virgen Morfín, primo hermano de Enrique Corona Morfín. El maestro Miguel gustaba de ir a un restaurante que yo atendía y con lo cual, me apoyaba para gastos personales. Vestido de manera sencilla, el maestro Virgen Morfín, siempre cargaba algunas pertenencias personales en una bolsa de esas que menciono y mientras le servían sus alimentos, disfrutábamos de pequeñas charlas. Cordial en su trato y destacado en su profesión, fue dirigente sindical y alcalde en el municipio de Villa de Álvarez, ahí mismo, una escuela secundaria lleva su nombre.  Actualmente en ese municipio está instaurada la medalla al Merito Docente, misma que lleva su nombre y consta de medalla, diploma y un incentivo económico. Ya publicó la convocatoria su presidenta.