NACIONAL

A 58 AÑOS DEL HURACÁN QUE DEJÓ CIENTOS  DE MUERTOS EN MANZANILLO Y MINATITLAN

El cronista Horacio Archundia, comparte lo siguiente :

Memoria de la hecatombe

*** En el 58 aniversario del Ciclón de 1959

Por Horacio Archundia

Cronista Municipal y de la Ciudad de Manzanillo

Se llamaba Linda, según la versión popular. Llego una tarde nublada y nadie sospechó sus intenciones. De pronto se vió el cielo enrojecido, plomizo después, negro al anochecer. El viento venía silbando de muy lejos, entonando una canción que no olvidarían jamás los manzanillenses .Cuando y tantos años después, todavía suenan en la memoria de las gentes, los gritos de angustia, los ayes de dolor y las voces fuertes, enérgicas, de los hombres, tratando de luchar contra las fuerzas naturales, de proteger familias y sus bienes.

Cuando la tarde del 25 de octubre de 1959 el sol fue debilitándose y entregando su luz a la fuerza incontenible de las nubes, nadie imaginó que al tercer día, esos mismos nubarrones serían el manto que cubriría el dolor y la desesperación de miles de manzanillenses.

La primera voz de alarma sonó en la capital de la República. Pero fue una vos tardía, que anunció en la XEW la inminencia de una tragedia que para entonces ya estaba en Manzanillo aterrorizando a los desprevenidos costeños.

El 27 de octubre, cada hogar, cada familia, tuvo que enfrentar la disyuntiva social de salvarse y resguardar a los suyos, o de lanzarse a ayudar a quienes se hallaban en peores condiciones,

Cada uno de los manzanillenses supo esa noche, que el infierno se vive aquí en la tierra y que muchos serían arrastrados con crueldad, con frialdad, a los barrancos de la muerte.

Para la media noche del 27 de octubre, ya los vientos habían arrancado de cuajo palmas, árboles y plantas, y llevaban a rastras todo tipo de cosas derribando a su paso cuanto hallaban. En la madrugada, la lluvia había incrementado tanto su precipitación, que lo arroyos mas importantes de la

región costera se habían salido de sus cauces, socavando y acarreándolo todo, casas, gentes, animales, árboles, cosechas, piedras, lodo, trancos.

El Río Marabasco había dejado en el camino cientos de cabezas de ganado, y muchos seres humanos que traía desde la sierra. Cihuatlán estaba del todo abatido. Los principales comercios habían sucumbido ante el viento y la lluvia, y numerosas personas habían desaparecido sin que nadie supiera en que momento fueron arrebatadas por la furia del viento.

En Minatitlán, el turbión malévolo había ido muy lejos: El pueblo todo había sido arrastrado por el río, los sobrevivientes de la desgracia intempestiva, hacían sus mayores esfuerzos por rescatar a los que, víctimas de la corriente, eran conducidos sin piedad río abajo, matándose entre las piedras y los árboles, ahogándose en el lodo y en la fuerza de una brutal avenida, o desapareciendo en la distancia con gritos desesperados.

Don Jesús Mancilla, ese grande hombre de Minatitlán encabezó los trabajos de cuidado y protección de los que alcanzaron a escapar del caos, y se dedicó con firmeza a recuperar lo que se pudo para que los hijos del pueblo no murieran de sed, hambre y terror.

El arroyo de Las Juntas, envalentonado desde sierra arriba, allá en San José de Lumber y en el cerro del Pará, empezó su tarea

destructora. Hizo perder el pie a los férreos campesinos, y los trajo dando tumbos en su embravecida corriente, hasta desaparecerlos y matarlos entre la palizada y en lodo, a veces ahogándolos y otras despedazándolos en la pedreguera y entre los troncos y raíces de los árboles que herían y descuartizaban los cuerpos y tenían de sangre las aguas de por sí turbias. Y mientras allá en la zona rural los hombres del campo sucumbían, mientras los arroyos sepultaban en la arena y entre las raíces de los árboles a niños indefensos y a adultos desesperanzados, y en tanto las cosechas, las labores los ganados y las casas venian de muy arriba y eran arrastrados en pedazos por las aguas enfurecidas, Manzanillo, el puerto, la cabecera del municipio, se hallaba presa del pavor y envuelto en sangre y en lamentos.

Loa testimonios producen escalofríos y hacen rasarse los ojos de lágrimas: El Capitán José Luis Woodward, ese formal y juicioso marino recuerda cómo el

viento de forma increíble e impresionante, movió de su sito un furgón del ferrocarril, acumulada su fuerza por todo lo que llevaba a su paso. Don José Luis Moreno Pelayo hablaba de la fuerza, de la violencia espeluznante con que el viento arrancaba las palmas y clavaba objetos puntaguidos en sus troncos de manera inexplicable. Relata que una varilla fue incrustada en una palma del jardín, que paró en seco su trayectoria homicida. Juan Villalvazo Murguía, estimable y culto profesor porteño, recordaba cómo cuando su padre lo hizo acompañarle a cuantificar los daños de su rancho en campos, lloró al ver el Barrio de la Pedregosa, donde los deslaves del cerro habían enterrado viviendas y habían sepultado hombres, mujeres y niños bajo su peso. Hablaba de muertos semienterrados en el lodo de la laguna y de restos de cuerpos saliendo de entre los escombros. Describía la unidad, la fraternidad, la solidaridad de los manzenillenses, reunidos en el dolor como una gran familia, llorando a sus muertos y desaparecidos. Rafaela Ochoa recuerda a una mujer que los portales del Palacio Federal con uno de sus hijitos muertos en los brazos, cantaba lúgubremente una canción que en otras circunstancias sonaría alegre:”…amor chiquito, acabado de nacer…”, extraviada la razon y perdida en el dolor. Don Pancho Plaza recordaba en La Pedregosa, la sangre que corría en los escombros e iba a confundirse con el agua y el lodo.

Alfredo Campos Gómez, “El Charal”, locutor que participó en las tareas de radiocomunicación, señala como las circunstancias, los informes, los datos, aniquilaba el ánimo de las autoridades, conmovían a los ciudadanos y a la sociedad del exterior, de la capital del Estado y del país, que se mantenían al tanto de los sucedido. El puente sobre el Río Armería, quedó partido por la mitad, y una de sus partes las arrastro el caudal, lo que dejó incomunicado a Manzanillo. De Cihuatlán, debían de cruzar el Río Marabasco en canoa, por la inexistencia del puente viejo de madera en su tramo angosto. El 28 de octubre amaneció un Manzanillo diferente. Pero manzanillo era, desde ese día, un puerto distinto. Hubo en manzanillo antes y hay un Manzanillo después del ciclón.

La ciudad estaba destruida. Las calles llenas de agua, lodo y piedras. Había grupos de rescate recuperando cuerpos, escarbando entre los escombros. Había llanto en muchos rostros, rictus de dolor en muchas caras. Había muerte. Tanta desolación, que al segundo día, después de más de 800 cadáveres, el registro civil, ante la inminencia de una infección, la insalubridad y de que los restos se convirtieran en carroña, ordenó que a partir de esa cifra,

se diera sepultura común en fosas enormes a cientos de muertos que desgraciadamente ya no fueron registrados ni contabilizados. Era la desesperación, era la necesidad de medidas emergentes que evitaran más daños aun. Los carpinteros no ajustaron en Manzanillo. Los cuerpos eran enterrados envueltos en sábanas o en petates, después de ser velados a la intemperie, en los portales del Palacio Federal o de las Escuelas Juárez e Hidalgo, la Presidencia Municipal, los edificios públicos pues, en muchos domicilios, donde hubo espacio. Tan sólo en la Pedregosa, el número de muertos fue mayor de los 200.

Después del viento y la fuerza del agua, el 28 de octubre, todavía la naturaleza dio a los manzanillenses un tiro de gracia fatídico, alevoso: Un temblor oscilatorio de considerable intensidad, echó a tierra las casas más afectadas y provocó derrumbes y deslaves que aumentaron la destrucción. No podía faltar la maldad de los hombres. Hubo comerciantes desalmados que escondieron su mercancía o que elevaron los precios. Los pobres, los heridos, los manzanillenses más desesperados, se lanzaron alas calles y se amenazó la seguridad social. Tuvieron que intervenir la Armada y el Ejército para evitar saqueos y asaltos. El hambre hacía, también, su parte.

El mar sufrió las agitaciones más terribles. Los barcos fondeados en la bahía, los atracados en el puerto, se fueron a pique, se hundieron, o fueron precipitados con estruendo hacia los cerros de la costa, averiándolos definitivamente. En la dársena no quedó ningún barco en buenas condiciones. Los barcos mercantes Corzo, Caribe y Santo Tomas fueron arrojados y hundidos junto al muro del Rompeolas. El Guardacostas 27 y el mercante pingüino fueron arrastrados y varados en la playa de San Pedrito. El Mercante Xalapa buque de gran calado, fue arrastrado e incrustado en los arrecifes de la Playa la Escondida cercana al actual Hotel Las Hadas. El Sinaloa, el barco mercante, fue hundido en mar abierto cuando iba con destino a Acapulco, salvándose solo 11 de los casi 50 tripulantes. Alfonso Nava Corona, ahora vecino de Jalipa, testimonia con tristeza aun la odisea que realizaron para sobrevivir, sin alimentos, sin agua, sin ayuda de nadie, con el favor de Dios.

Don Raúl Zuazo Ochoa, ese periodista de luenga y exitosa trayectoria, recordaba cómo tan era inesperado el meteoro, que ese día se había abierto Manzanillo a la navegación, porque se suponía retirado el peligro. Por eso fue autorizado a navegar el Sinaloa. Por ello hubo muchos muertos más.

Manzanillo se convirtió en el centro de atención internacional. El periodista Jacobo Zabludovski, hospedado en el Hotel Miramar, recogió importantes graficas y publicó en la capital del país noticias entristecedoras. Luis Sandoval del Informador de Guadalajara, también escribió sobre el caso. El Libro del Año de la Enciclopedia Barsa, consideró del huracán como una de las desgracias más terroríficas del mundo en el año.

Las afectaciones, los daños, no podrán cuantificarse jamás con precisión. Los muertos tampoco. Las pérdidas fueron incalculables.

En el campo, la producción de mango, maíz, plátano, coco, tamarindo y guanábana, se acabó. Don Ramón Morán Meda, rico agricultor jalisciense radicado en Manzanillo, perdió la mayor parte de su cosecha de coco de aceite, que exportaba a los Estados Unidos, Europa y al resto del país. Los palmares de coco cayaco, centenarios y frondosos, fueron destrozados de forma ingente. Palmas con cientos de años de edad, se vinieron abajo arrastrando la fronda y el monte y destruyéndolo todo en su caída. Los caminos quedaron destruidos. El ganado se ahogó o fue muerto a golpes en los arroyos. Los agricultores de toda la zona costera de Colima y Jalisco, quedaron arruinados. En el Chavarín, Don Abundio Maravilla el patriarca del pueblo, dio a los vecinos la carne de las vacas, que pudieron matar, para que no murieran de hambre, tal era la escasez. En el Colomo, los hombres más prominentes convirtieron sus casas en albergues para los pobres: Don Abundio Ramírez, Don Alfonso Villaseñor, Don Ignacio Michel Barreto, Don Francisco Gómez Sánchez, abrieron las puertas de sus hogares a las gentes en desgracia. En Manzanillo, Don Pancho Ochoa abrió su tienda y regaló víveres, Don José Luis Moreno participó en tareas filantrópicas; Don Juan Villalvazo Fernández se sumó a los benefactores, entregando sumas a los incipientes comités de apoyo a damnificados. El Gobernador Rodolfo Chávez Carrillo dio parte al Presidente de la Republica, Adolfo López Mateos, de los acontecimientos que sufría su Estado.

Por medio de radios notificó al primer magistrado lo pasado. Inmediatamente, reconocidos profesionistas y vecinos de la Capital del Estado asumieron su papel de ciudadanos solidarios y se lanzaron al trabajo de rescate, de comunicación, de enlace, de apoyo personal, directo, a quienes lo necesitaron. El Profesor Manuel Velasco Murguía, encabezó al grupo de radio experimentadores que participó en beneficio de los damnificados. Daniel Dozal

de la Rosa y Manuel Gómez Ochoa, Crescencio Andrade Michel y otros muchos colimenses, adoptaron actitudes solidarias trasladándose en carros y avionetas a servir a sus conciudadanos. Mantuvieron comunicación radiofónica con los Manzanillenses aislados por el meteoro, e insistieron convocando a la sociedad del Estado para reunir víveres y bastecimientos para los afectados.

El gobernador Rodolfo Chávez Carrillo, personalmente estuvo en Manzanillo dirigiendo labores de rescate y entregando apoyos. Los daños eran cuantiosos. Había que pedir la intervención del centro. El comercio se quedaba sin reservas y la indecencia de algunos comerciantes jugaba con el hambre y el dolor de las mayorías. El presidente municipal, Don Miguel Sandoval Sevilla, hombre poco preparado pero de buenas intenciones, en una crisis de desesperación, ordenó que fueran abiertas bodegas oficiales que contenían víveres. Repartió desordenadamente los apoyos en una actitud noble que buscaba sobre todo satisfacer a los que requerían respaldo. Eso motivó que el Secretario de Marina, Manuel Zermeño Araico, interviniera exigiéndole disciplina a sus órdenes superiores de jerarca de la armada. Sandoval lo desdeñó y siguió actuando conforme a los dictados de su calidad humana. Zermeño se sintió agraviado y lo acusó de irresponsable. Encabezó una campaña de desprestigio de Sandoval logrando que el gobierno federal lo depusiera de su cargo, siendo destituido y juzgado y colocándolo en su lugar un Consejo Municipal del que quedó al frente el profesor Manuel Bonilla Valle.

Fue también notable la presencia de la primera dama del país, Doña Eva Sámano de López Mateos, acompañada del Director General del DIF, Capitán Enrique Navarro. La señora López Mateos llegó acompañada de numerosas señoras de la alta sociedad mexicana y fue severamente criticada por la gente de Manzanillo, porque en medio de la desdicha que invadía al pueblo, vino al puerto en plan vacacional, solicitando todo tipo de atenciones y obsequios, proveyéndose de ropa de playa en las mejores tiendas donde no pago un peso; la casa Jaramillo, por ejemplo, donde María Elena Jaramillo Lara les dio fiado todo lo que pidieron, de ropa a zapatos y sombreros, y hospedándose en hoteles donde se le trató como a una reina sin ningún costo. En una actitud de falsa nobleza, lloró en público y anduvo paseando su elegancia por la zona de desastre, haciéndose conducir en vehículos de carga y gran peso para evitarse incomodidades. Con todo, por lo menos entregó muchos apoyos y víveres a los pobres.

El profesor Ismael Aguayo Figueroa, ha destacado en su libro “Ciclón”, que las casas en Manzanillo en su mayoría eran de tejas, tejamanil, palapa, madera, lámina de cartón enchapopotado, “latas” de madera y oros materiales baratos que no resistieron la furia del meteoro.

Tiene razón. Pero también es cierto que el ciclón traía vientos superiores a los 275 kilómetros por hora, y que la precipitación fluvial fue tanta que la Laguna de Cuyutlán elevó más de un metro su nivel, derramándose y causando daños en sus orillas, al igual que lo es que después des tres años, era imposible reconstruir todo lo dañado y tardaron los manzanillenses al menos diez años en reponer sus viviendas del todo o en reacostumbrarse a su nueva vida.

Entre las acciones oficiales de reconstrucción se contó la desecación y el relleno de una parte del primer vaso de la laguna de Cuyutlán, donde se edificaron viviendas que inicialmente se anunció serían para los damnificados, pero que al final de cuentas quedaron en manos de la mayoría de los burócratas más influyentes, igual que sucedió en las Colonias Las Brisas y Burócratas, trazadas entre 1960 y 1962.

Lloró el cielo hace un año,  en memoria de los miles de muertos -más de tres mil en el Estado de Colima, más de cinco mil en toda la costa desde Nayarit a Michoacán-, caídos durante la noche del 27 y la madrugada del 28 de octubre de 1959. En 1959, desde el 23 de octubre se observó el cielo nublado. Llovió ligeramente desde el día 24 y se anunció en las estaciones de radio que un fuerte ciclón amenazaba las costas del Pacifico; con fuerza llovió el día 25 y el día 26 se anunció que el huracán se alejaba de las costas de Colima. El día 27 amaneció una llovizna inofensiva. Por la tarde, de hecho, el Cine Bahía se encontró abarrotado. Al salir, y a partir de las 8:15 de la noche, la Madre Naturaleza dejó sentir toda su furia: la lluvia y el viento fueron de incomparable magnitud. Barrios enteros fueron sepultados por las piedras y el lodo; cientos de viviendas sucumbieron, con sus habitantes dentro; en la bahía, varios barcos se fueron a pique y mar adentro otros naufragaron, como el célebre buque Sinaloa, en el que perdieron la vida muchos porteños sobreviviendo algunos de sus tripulantes. El huracán produjo, en suma, muerte y destrucción. Entró por Manzanillo y tuvo su punto de golpe, según informes de la época, en la playa La Boquita. En la zona rural, involuntariamente descuidada por las autoridades, perdieron la vida cientos de personas. El pueblo de Minatitlán desapareció, literalmente, muriendo más de la tercera parte de sus habitantes. La ciudad fue diezmada. La devastación fue monstruosa. Ningún fenómeno natural en la historia de Colima ha causado tanta muerte y daños. Hubo necesidad de abrir fosas comunes en el panteón municipal con maquinaria de Don Felipe Guzmán, un ex alcalde generoso,  y sepultar de prisa decenas de cuerpos putrefactos hallados en el mar, en los cerros, en los arroyos, en las lagunas de Cuyutlán, San Pedrito y La Ciénega. Estuvo el Estado amenazado por una gravísima emergencia sanitaria debido a la descomposición de los cadáveres. Se dio una escasez dolorosa de víveres, se padeció hambre, y el alcalde héroe Miguel Sandoval Sevilla abrió bodegas de particulares egoístas para repartir alimentos, por lo que fue destituido y casi cae en prisión. Hoy, escribimos estas en memoria de quienes murieron trágicamente arrastrados por los ríos, aplastados por los techos, sepultados por el lodo y las piedras, hundidos en los barcos, ahogados en el mar, asfixiados bajo los escombros. Al menos el 45 % de las víctimas, fueron niños indefensos. Hoy estamos de luto. Debiera izarse la bandera a media asta en señal de duelo, igual que debiera hacerse en septiembre 19 para recordar a los muertos en el terremoto de 1985. Manzanillo está de duelo. A todas las víctimas: una oración respetuosa, a sus familiares nuestra solidaridad eterna. A Manzanillo, una reflexión: a cincuenta y ocho años de distancia somos más vulnerables que en 1959 porque ahora en cualquier esquina, en todos los barrios, por todos los rumbos, nos amenazan los deslaves y las inundaciones por imprudencia de todos. Que Dios tenga misericordia de nosotros.

P.D. Las fotografías que inserto, fueron tomadas por los señores Federico Cárdenas Maldonado, Gregorio Ramírez Montes de Oca y Doctor Jorge Alatriste Lozano (siete de las incluidas). Al Chino de la Foto Hollywood, mi inolvidable amigo, le debo el obsequio de decenas de originales. Las del doctor Alatriste se encuentran en el Archivo Histórico del Municipio, y fueron donadas junto con una buena cantidad más de otros temas porteños, por su hija, Patricia Lozano, por conducto de la señora Hedda Macchetto. Poseo muchas fotografías originales de los daños causado por el meteoro. Muchos datos. He publicado reportajes desde hace veinticinco años sobre el tema. Se vale compartir, se vale reproducir, pero les suplicamos citar la fuente. Nuestro abrazo en este día doloroso para Manzanillo.