OPINION

NOTAS SOBRE LA MUERTE DEL GENERAL MANUEL ÁLVAREZ – TEXTOS AL MINUTO.

J Jesús Jiménez

El 26 de agosto de 1857.

A menos de un mes de haber asumido como primer gobernador del estado, el general Manuel Álvarez, en un contexto de guerra entre liberales y conservadores, reflejo de la realidad nacional, sucumbió abatido por un motín atizado por el partido clerical.

Ese día, el apreciado general republicano salió, sereno y con paso firme a arengar con su elocuencia cívica los ánimos envenenados por la posición intransigente del partido dogmático.

Llovía copiosamente, según las crónicas de esos días.

Le acompañaba, entre otros, Francisco Santa Cruz, quien luego sería Gobernador de Colima. Este Coronel vio caer de improviso la soberbia figura humana del General Álvarez, justamente frente donde después estaría la tienda La Colmena. Refieren que la bala le pegó en el mero corazón.

Luego de que los amotinados cometieron el magnicidio, dejando el cadáver del insigne primer gobernador de nuestro naciente estado constitucional, corrieron a la cárcel a liberar a los presos, apoderándose estos de las armas y huyendo la mayoría de los mismos. Se cuenta que toda la noche estuvieron cometiendo desmanes.

Los asesinos amotinados, sus cabecillas más bien, se asustaron cobardemente, argumentando que el pronunciamiento se había anticipado. Estamos hablando de Ponce de León y de José María Mendoza, del partido clerical.

El 18 de septiembre de 1857 siendo gobernador el general Silverio Núñez, el congreso del estado declaró al general Manuel Álvarez Benemérito de Colima en grado heroico, y ordenó que se pusiera su nombre con letras de oro en el salón de sesiones, y que se construyera, a cargo del erario público, un mausoleo para sus restos en el atrio del templo La Salud.

Un mes después, la mañana del 19 de octubre, uno de los victimarios asesinos del General Manuel Álvarez, Mariano Vejar , quien gozaba de la estima del ilustre martir republicano, habría de ser fusilado en una de las calles cercanas a la Plaza de Toros.

El general Manuel Álvarez era una persona muy apreciada de los colimenses. No tenía nada que temer y confiaba en el ser humano. Era comerciante, de hecho, era propietario de uno de los cinco almacenes que existían en la ciudad en esos agitados días de su muerte.

Un viajero extranjero, que escribió interesantes cartas a su paso por Colima, narró interesantes aspectos de Colima antes de la muerte del General Álvarez, señalando que de las 5 casas comerciales de mayoreo, cuatro eran de alemanes y una era nativa, propiedad de nuestro personaje histórico.

El viajero refiere que después de que desayunó, salió portando una carta de presentación ante el Señor Álvarez que era “gobernador y comandante del territorio de Colima y alcalde de la ciudad”. Dice que lo recibió cordialmente y le manifestó que en la tarde él mismo lo acompañaría en su carruaje a la residencia del señor Albert G. Barney, un americano originario de Massachusetts que vivía 3 millas al norte de la ciudad y cerca de la fábrica de algodón de San Cayetano. El viaje se realizó en un coche Philadelphia que a precio de Colima costaba 2 mil dólares y mil más las mulas bellamente enjaezadas.

Esa fresca tarde, el general Manuel Álvarez, acompañó a Marvin Wheat rumbo a la finca de Albert G. Barney, sin imaginar que meses después habría de ser asesinado por fanáticos clericales amotinados, ni que dejaría de recorrer las riveras Oriente y Poniente del hermoso río Colima, a la vera de cuya margen poniente se encontraba su huerta, un refugio paradisiaco, con majestuosas sombras de portentosos árboles y exquisitos frutales tropicales; un remanso donde después se bañarían en sus tanques los patriotas liberales, bebiendo coquitos de media cuchara.

Álvarez fue el primer mártir de la república o uno de los primeros -luego caerían asesinados Ocampo, Larios y otros a cuyos victimarios persiguieron incansablemente los jefes militares liberales, como Escobedo, Ramón Corona, Ángel Martínez, Antonio rojas y Julio Garcia. Era una guerra a muerte, de decretos y contra decretos, y en ese contexto, la muerte del General Manuel Álvarez es una de las más emblemáticas de la bandera liberal.

El 3 de septiembre de 1857 El Monitor Republicano refería que fue a las 12 del día en que Ponce de León y Mendoza, sujetos ya muy conocidos y marcados, lograron sorprender el Palacio haciéndose de la artillería y armas, abriendo las puertas de la cárcel y se acuerpan con criminales que se entregaron a todo tipo de excesos. Y que no solamente murió el general Manuel Álvarez sino también un hijo del señor Ricardo Palacios y otros siete sujetos notables. El gobierno de la república envío 20 millonesde pesos para atender la situación y la nota advertía que era de esperarse un golpe contra los autores del crimen, pero “si en esta vez se ha de seguir la misma política de lenidad y conciliación que otras veces será preciso perder toda esperanza”.

El Sacramento Daily Union, en su edición del 6 de noviembre de 1857, publicó una carta enviada desde Colima que señalaba que la muerte del General Manuel Álvarez había ocurrido el miércoles 26 víctima de un certero balazo cuando entraba a la Plaza de Armas, que fue el primer muerto pero hubo otras seis muertes Y probablemente muchos heridos le acompañaban 20 policías.