OPINION

TONALTEPETL – 11 DE MAYO 2022

Gustavo L. Solórzano

Los truenos de mayo, Llegó la lluvia, mete la ropa porque se moja, ¡Córrele!

Se acabaron los guamúchiles con la lluvia, dijo una señora con voz resignada, ciertamente la lluvia trae la vida, pero en ocasiones representa pérdida, pues la fruta se pudre.

Las aves amanecieron felices, los pequeños charcos que ha dejado la lluvia y la humedad de la tierra, representan un buen augurio, deseamos un buen temporal, lo necesitamos.

Tal vez todo está escrito cuando hablar de la madre se trata. Poemas, canciones, relatos, e historias diversas se han escrito sobre el ser que representa nuestro único acceso a este plano material. Con estas breves líneas, quiero unirme de manera sincera al festejo de reconocimiento en honor de todas las madres del mundo. Para las que ya regresaron a la casa del gran padre madre, elevo mi rezo.

Antes las parejas duraban hasta que la ausencia física de uno u otro cónyuge sucedía. Uno y otro aportaban el mejor de sus esfuerzos para mantener la unidad de la familia. Misma que estaba integrada por lo menos de seis integrantes, más papá y mamá ya eran ocho. El hombre trabajaba duramente para sostener el hogar y la madre se responsabilizaba de orden en casa y los hijos, ardua tarea que compartían en equipo. En su natural derecho para mejorar sus condiciones de vida personal, la mujer se fue formando académicamente y con ello, terminó un ciclo para la unidad familiar, pues un hogar sin mujer, casi siempre zozobra, sumamente importante, sin duda, el papel de la mujer.

La vida en pareja es toda una maestría, el acople de dos mundos representa toda una odisea, mayormente cuando se tienen carencias afectivas difíciles de superar. Realmente pueden faltar muchas cosas, mas el amor es la esencia en la que se basa toda relación. Esa era la fortaleza de nuestros ancestros, el amor sustentado en el dialogo y la sana convivencia. Los valores, elementos determinantes para la fortaleza familiar, eran el pan de cada día, “Está roto, arréglalo”, “Se despegó, pégalo”. Así de sencillo, sin gritos ni sombrerazos, platicando y dándose tiempo para todo.

Incurrir en una falta implicaba correctivos duros, sandalia, huarache, gancho para ropa, soga, mecate, palo de escoba o trapeador y las manos, eran los correctores adecuados para alinearle los chakras a cualquiera.

En esa época, la mirada era suficientes para darnos alguna indicación, retírate, cállate, o aplácate, eran términos incluidos en los ojos de nuestra madre. Silenciosos y de manera inmediata atendíamos la ocular orden, so pena de que también el polvo fuera sacudido de nuestros raídos pantalones.

Aún así, amamos a nuestras madres, pues comprendimos que sus enseñanzas y sus abrazos amorosos, eran incomparables.

Sin duda, no todo es belleza, existen casos penosos que la justicia ha tenido que resolver, pero esa, esa es otra historia.